El divino mundo de las divinas y los divinos
Antes, cuando yo era chico y veía el mundo como un gran continente que tenía que explorar, donde unos señores (y señoras) mayores parecían poco menos que magos y hechiceras con poderes sobrenaturales... Antes, digo, parecía que poco ibas a conseguir en la vida si no te dedicabas a prepararte por derecho para enfrentarte al mundo real.
Ahora es distinto.
Uno echa un vistazo a la televisión, se refocila en su sofá (que ya hay que cambiar por culpa del ataque continuado de los enanos), coge el mando, comienza el viaje mediático, y se encuentra con que la afirmación del primer párrafo está completametne obsoleta. Por doquier aparecen seres apoltronados en sillones que sientan cátedra, cual consejo de ancianos revenido, sobre los más dispares temas que atañen a nuestra sociedad. Ellos y ellas opinan con total desparpajo sobre cuestiones tan distantes como los últimos cuernos que Jezulín le ha puesto a su mujer o el rumbo económico que tomará el planeta inmerso en esta oleada de capitalismo neoliberal. En la mayoría de los casos ni siquiera están documentados, sino que dependen de unos guionistas con muy mala leche que les indican justo el momento en que tienen que soltar la barbaridad pertinente. Son sujetos y sujetas con una caradura impresionante que sólo quieren sentirse borrachos de éxito y popularidad, que se aferran al clavo ardiendo de la fama como las moscas cojoneras a los testículos de un equino...
Y les resulta rentable y todo.
Porque está claro que no estarían donde están si no hubiera una demanda de tales bodrios. El público, ya sea por inanición mental o por costumbre impuesta, demanda estos contenidos, quizá porque la vida real les da unos quebraderos de cabeza que quieren ocultar bajo la mierda que se vierte por esas bocas pixeladas que dominan las pantallas, quizá porque, al fin y a la postre, no hemos avanzado mucho desde los tiempos del panem et circenses y nos sigue privando la violencia y el salvajismo de la arena, aunque hallamos cambiado el circo por la parrilla catódica.
Vaya usted a saber. Yo, de momento, me voy de nuevo a clase, a intentar limpiar las tiernas mentes adolescentes de la basura que absorben sin remedio. Ésa sí que es una tarea ardua, y no la de Hércules limpiando los establos de Augias.
Que ustedes lo pasen bien.
Ahora es distinto.
Uno echa un vistazo a la televisión, se refocila en su sofá (que ya hay que cambiar por culpa del ataque continuado de los enanos), coge el mando, comienza el viaje mediático, y se encuentra con que la afirmación del primer párrafo está completametne obsoleta. Por doquier aparecen seres apoltronados en sillones que sientan cátedra, cual consejo de ancianos revenido, sobre los más dispares temas que atañen a nuestra sociedad. Ellos y ellas opinan con total desparpajo sobre cuestiones tan distantes como los últimos cuernos que Jezulín le ha puesto a su mujer o el rumbo económico que tomará el planeta inmerso en esta oleada de capitalismo neoliberal. En la mayoría de los casos ni siquiera están documentados, sino que dependen de unos guionistas con muy mala leche que les indican justo el momento en que tienen que soltar la barbaridad pertinente. Son sujetos y sujetas con una caradura impresionante que sólo quieren sentirse borrachos de éxito y popularidad, que se aferran al clavo ardiendo de la fama como las moscas cojoneras a los testículos de un equino...
Y les resulta rentable y todo.
Porque está claro que no estarían donde están si no hubiera una demanda de tales bodrios. El público, ya sea por inanición mental o por costumbre impuesta, demanda estos contenidos, quizá porque la vida real les da unos quebraderos de cabeza que quieren ocultar bajo la mierda que se vierte por esas bocas pixeladas que dominan las pantallas, quizá porque, al fin y a la postre, no hemos avanzado mucho desde los tiempos del panem et circenses y nos sigue privando la violencia y el salvajismo de la arena, aunque hallamos cambiado el circo por la parrilla catódica.
Vaya usted a saber. Yo, de momento, me voy de nuevo a clase, a intentar limpiar las tiernas mentes adolescentes de la basura que absorben sin remedio. Ésa sí que es una tarea ardua, y no la de Hércules limpiando los establos de Augias.
Que ustedes lo pasen bien.
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