Código 46
Ayer le eché el ojo (y el guante) a una película llamada Código 46, una de ésas que pasan sin pena ni gloria por los videocluses y que, por supuesto, ni siquiera parecen ser dignas de ser estrenadas en los cines.
Craso error el de los distribuidores, sólo comprensible por los parámetros de estos tiempos metacapitalistas en los que nos ha tocado vivir.
Porque el film es una gozada, de principio a fin. Es una historia de amor dura, sin concesiones, enmarcada en un futuro next minute lleno de extraños comportamientos, esquemas sociales desaliñados y aparatejos de ultimísima generación que, sin embargo, ni siquiera la hacen caer en el terreno del cyberpunk. Tiene detalles de ambientación muy cuidados (como corresponde a la fama del cine inglés frente al norteamericano), como el hecho de que, durante todo el metraje, los personajes hablen una especie de panlingua que mezcla sin orden ni concierto todos los idiomas que tienen algún peso en la economía mundial. Dibuja con trazos breves pero muy estudiados la psicología de los caracteres atormentados que desfilan por el metraje, tipos y tipas que se encuentran perdidos en un mundo que les ha adelantado y que parecen no comprender demasiado bien.
Una película pausada, intimista, con una banda sonora mínima (que evoca con nostalgia los éxitos de los ochenta, para los personajes tan lejanos como las Big Bands de Miller para nosotros). Que nadie espere sobresaltos o engañifas que tan al uso están en el último cine de ciencia ficción: la historia se desarrolla como aceite sobre agua, atrapándote de una manera lenta y deliciosa.
Muy recomendable, sobre todo para los paladares exquisitos.
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