Estado de Pánico
Durante estas vacaciones de verano he tenido la suerte de leerme la última novela de Michael Crichton en versión original, que pa eso me he comprado una PDA la mar de chula con el Acrobat Reader que me está permitiendo devorar literatura en inglés a todo trapo (vía Mula, no voy a negarlo). El título del libro es State of Fear, y yo lo titularía Estado de Pánico, aunque no sé a estas alturas por qué denominación se decantará la editorial española que tenga los derechos.
Vayamos por partes.
Creo que no es una novela, pero sí es un buen libro. Es, si no les molesta una nueva división literaria, un ensayo novelado sobre un tema muy candente: el (supuesto) cambio climático y el uso que de él hacen los poderes político-económicos de los EEUU para llenar las arcas de los de siempre. Una denuncia, en todo caso, de esa fauna ecoarribista que se apunta al carro del medio ambiente simplemente porque es chuli, chachi, mola, y resulta la mar de progre e intelectual. Yo siempre he sido muy crítico con estos temas, para qué voy a negarlo, y he procurado creerme de la misa la mitad, hasta el punto de ser llamado facha, intransigente, y hasta imbécil por cuestionarme ciertos postulados ecologistas o, sencillamente, matizarlos en su justa medida. Tiene cojones la cosa. Creo que una línea de pensamiento deja de interesarme y de volverse potencialmente peligrosa cuando te acusan de fascista por no compartir sus opiniones. En fin, la eterna paradoja del ser humano.
No quiero decir con esto que no me preocupe la salud del planeta, ni que piense que todos los verdes son unos chalados de medio pelo. No, ni mucho menos, es sólo que, por citar a Tolkien, no es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida. En este sentido, la novela de Crichton estaba predicando a un converso.
Lo bueno del libro, es que apoya todas sus afirmaciones con bibliografía y datos reales que son fácilmente comprobables en Internet, cosas que yo sospechaba pero que nunca he tenido ni tiempo ni ganas de investigar, para qué voy a engañarles. Es uno de esos escritos que, a poco que consigas dejar a un lado el estilo facilón, las tramas previsibles y los personajes de cartoné, y logres centrarte sólo en las muchas ideas importantes que brotan prácticamente de cada una de sus páginas, te deja mortalmente tocado. Los velos caen, las verdades se vuelven claras, y, de repente, sientes que, en efecto, en más de un sentido llevan años jugando contigo.
Todos son juegos de poder y de multinacionales. Todos sabemos, por ejemplo, que el tratamiento para el SIDA es ridículamente barato en países como Noruega, con una alta renta per capita, frente a los altos precios que las naciones africanas, las que verdaderamente lo necesitan, tienen que pagar por los mismos medicamentos. Pero lo que yo no sabía era el altísimo coste de vidas humanas, decenas de miles, que derivó de la abolición del DDT, el único insecticida que las comunidades del Tercer Mundo podían permitirse. Se perdieron cosechas fundamentales para su existencia, miles de niños muertos por los mosquitos portadores de la malaria (y otras enfermedades peores) todo para descubrir que de cancerígeno nada de nada, inocuo totalmente. Pero, claro, el Primer Mundo puede permitirse los Baygones y los Raids a 4 ó 5 leuros el bote, el doble de lo que una familia media del cono sur africano gana al mes.
No voy a reventarles el libro, no se preocupen, como muestra bien vale un botón. Sólo apuntar que, aun pecando de paranoico, sí que creo que a los grandes poderes que dirigen el mundo les interesa mantenernos en un constante Estado de Pánico. La población que tiene miedo es una población bovina, acojonada, dispuesta a creer en los gobernantes que les llevan por el buen camino, ansiosa por acogerse a las órdenes que llegan de las alturas Cuando el peligro no existe, simplemente se crea, o se esboza desde los medios de comunicación que necesitan noticias cruentas a diario para amargarnos el desayuno, el almuerzo, y la cena. Piénsenlo bien, dediquen un minuto a recapacitar en qué pruebas verdaderas tienen de todas esas leyendas urbanas que nos están convirtiendo en un rebaño ciego. Apuesto a que se sentirán mucho mejor al comprobar que, después de todo, el ser humano no tiene un pelo de tonto. Lo único que ocurre es que nos saturan la mente con tanta información que estamos empezando a perder la capacidad de tamizarla convenientemente.
Mientras tanto, disfruten del Estado de Pánico, y manden un SMS a la CNN para que les tenga al día de todas las catástrofes que ocurren en el planeta y del número de muertos que ha dejado el terrorífico huracán Katrina en una región que lleva sufriendo terroríficos huracanes desde que el mundo es mundo.
Sólo que antes no había televisión.
Vayamos por partes.
Creo que no es una novela, pero sí es un buen libro. Es, si no les molesta una nueva división literaria, un ensayo novelado sobre un tema muy candente: el (supuesto) cambio climático y el uso que de él hacen los poderes político-económicos de los EEUU para llenar las arcas de los de siempre. Una denuncia, en todo caso, de esa fauna ecoarribista que se apunta al carro del medio ambiente simplemente porque es chuli, chachi, mola, y resulta la mar de progre e intelectual. Yo siempre he sido muy crítico con estos temas, para qué voy a negarlo, y he procurado creerme de la misa la mitad, hasta el punto de ser llamado facha, intransigente, y hasta imbécil por cuestionarme ciertos postulados ecologistas o, sencillamente, matizarlos en su justa medida. Tiene cojones la cosa. Creo que una línea de pensamiento deja de interesarme y de volverse potencialmente peligrosa cuando te acusan de fascista por no compartir sus opiniones. En fin, la eterna paradoja del ser humano.
No quiero decir con esto que no me preocupe la salud del planeta, ni que piense que todos los verdes son unos chalados de medio pelo. No, ni mucho menos, es sólo que, por citar a Tolkien, no es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida. En este sentido, la novela de Crichton estaba predicando a un converso.
Lo bueno del libro, es que apoya todas sus afirmaciones con bibliografía y datos reales que son fácilmente comprobables en Internet, cosas que yo sospechaba pero que nunca he tenido ni tiempo ni ganas de investigar, para qué voy a engañarles. Es uno de esos escritos que, a poco que consigas dejar a un lado el estilo facilón, las tramas previsibles y los personajes de cartoné, y logres centrarte sólo en las muchas ideas importantes que brotan prácticamente de cada una de sus páginas, te deja mortalmente tocado. Los velos caen, las verdades se vuelven claras, y, de repente, sientes que, en efecto, en más de un sentido llevan años jugando contigo.
Todos son juegos de poder y de multinacionales. Todos sabemos, por ejemplo, que el tratamiento para el SIDA es ridículamente barato en países como Noruega, con una alta renta per capita, frente a los altos precios que las naciones africanas, las que verdaderamente lo necesitan, tienen que pagar por los mismos medicamentos. Pero lo que yo no sabía era el altísimo coste de vidas humanas, decenas de miles, que derivó de la abolición del DDT, el único insecticida que las comunidades del Tercer Mundo podían permitirse. Se perdieron cosechas fundamentales para su existencia, miles de niños muertos por los mosquitos portadores de la malaria (y otras enfermedades peores) todo para descubrir que de cancerígeno nada de nada, inocuo totalmente. Pero, claro, el Primer Mundo puede permitirse los Baygones y los Raids a 4 ó 5 leuros el bote, el doble de lo que una familia media del cono sur africano gana al mes.
No voy a reventarles el libro, no se preocupen, como muestra bien vale un botón. Sólo apuntar que, aun pecando de paranoico, sí que creo que a los grandes poderes que dirigen el mundo les interesa mantenernos en un constante Estado de Pánico. La población que tiene miedo es una población bovina, acojonada, dispuesta a creer en los gobernantes que les llevan por el buen camino, ansiosa por acogerse a las órdenes que llegan de las alturas Cuando el peligro no existe, simplemente se crea, o se esboza desde los medios de comunicación que necesitan noticias cruentas a diario para amargarnos el desayuno, el almuerzo, y la cena. Piénsenlo bien, dediquen un minuto a recapacitar en qué pruebas verdaderas tienen de todas esas leyendas urbanas que nos están convirtiendo en un rebaño ciego. Apuesto a que se sentirán mucho mejor al comprobar que, después de todo, el ser humano no tiene un pelo de tonto. Lo único que ocurre es que nos saturan la mente con tanta información que estamos empezando a perder la capacidad de tamizarla convenientemente.
Mientras tanto, disfruten del Estado de Pánico, y manden un SMS a la CNN para que les tenga al día de todas las catástrofes que ocurren en el planeta y del número de muertos que ha dejado el terrorífico huracán Katrina en una región que lleva sufriendo terroríficos huracanes desde que el mundo es mundo.
Sólo que antes no había televisión.
1 comentario
Ragnar -
Es la Biblia de mi primera novela.
Ardo en deseos de que lo leas. Aún no he escrito un sólo capítulo, pero me muero por empezar.
Antes, quiero leer tu opinión.