Crash
Llego al Instituto. Ocho de la mañana. Saludos a los petardetes a los que les caigo bien, a los conserjes, a los pocos compañeros que a estas horas deambulan por aquí (siendo un lunes tan de madrugada)... Cuando veo la cara de mi Jefa de Estudios sé inmediatamente que ha ocurrido algo. Dejo la maleta en la Sala de Profesores y me dirijo a su despacho. Ni siquiera me hace falta hacer la pregunta.
-Eduardo está en coma -dice-. La cabeza abierta y las piernas rotas por tres o cuatro sitios.
Joder. El tal tiene sólo trece años, es ya un protodelincuente, pero todos consideramos que no es más que otro de los hijos bastardos de las Circunstancias. Ni siquiera pregunto cómo ha sido, por qué, de quién es la culpa... Qué importancia tiene. A estas alturas de la película, lo verdaderamente importante son los resultados, no sus causas. Doy media vuelta y me las piro, las palabras sobran en este tipo de situaciones.
La vida de un chaval, el hilo que la sostiene, está a punto de quebrarse. Es un pibe de barrio, uno más de esas cifras horrendas con las que los telediarios nos bombardean cuando no tienen otra noticia de la que tirar. Sin embargo, allí está en la UCI del Puerta del Mar de Cádiz, luchando por no descender el túnel ese que lleva a un umbral de luz cegadora. Trece años... ¿pueden entenderlo? Sólo trece años y ya está lo bastante harto de este mundo como para beberse la vida a tragos convulsos, como para despreciar las mínimas reglas de autoconservación...
Dicen que se saltaron una señal de STOP, que él iba de paquete (y, por tanto, se ha llevado la peor parte), que... ¿Saben qué? Lo más horrendo es que la noticia no ha parecido afectar demasiado al resto de sus compañeros. Lo he comentado en clase con ellos y se han limitado a decir, más o menos, que "se veía venir, tenía que pasar, si no te arriesgas no disfrutas, se lo tenía merecido..." Los rostros absolutamente vacíos de expresión, como si fuera (que lo es, desgraciadamente) la cosa más natural del mundo.
¿Qué clase de androides sin sentimientos estamos creando?
Que Crom se apiade de su alma. Yo ni siquiera tengo fuerzas para seguir escribiendo.
-Eduardo está en coma -dice-. La cabeza abierta y las piernas rotas por tres o cuatro sitios.
Joder. El tal tiene sólo trece años, es ya un protodelincuente, pero todos consideramos que no es más que otro de los hijos bastardos de las Circunstancias. Ni siquiera pregunto cómo ha sido, por qué, de quién es la culpa... Qué importancia tiene. A estas alturas de la película, lo verdaderamente importante son los resultados, no sus causas. Doy media vuelta y me las piro, las palabras sobran en este tipo de situaciones.
La vida de un chaval, el hilo que la sostiene, está a punto de quebrarse. Es un pibe de barrio, uno más de esas cifras horrendas con las que los telediarios nos bombardean cuando no tienen otra noticia de la que tirar. Sin embargo, allí está en la UCI del Puerta del Mar de Cádiz, luchando por no descender el túnel ese que lleva a un umbral de luz cegadora. Trece años... ¿pueden entenderlo? Sólo trece años y ya está lo bastante harto de este mundo como para beberse la vida a tragos convulsos, como para despreciar las mínimas reglas de autoconservación...
Dicen que se saltaron una señal de STOP, que él iba de paquete (y, por tanto, se ha llevado la peor parte), que... ¿Saben qué? Lo más horrendo es que la noticia no ha parecido afectar demasiado al resto de sus compañeros. Lo he comentado en clase con ellos y se han limitado a decir, más o menos, que "se veía venir, tenía que pasar, si no te arriesgas no disfrutas, se lo tenía merecido..." Los rostros absolutamente vacíos de expresión, como si fuera (que lo es, desgraciadamente) la cosa más natural del mundo.
¿Qué clase de androides sin sentimientos estamos creando?
Que Crom se apiade de su alma. Yo ni siquiera tengo fuerzas para seguir escribiendo.
3 comentarios
MJ -
Lo siento Juaki, se lo que sientes, que ya he pasado por situaciones similares (uno de mis alumnos se voló la cabeza con una escopeta de caza, eso fue horrible)y es un trago amargo.
Un abrazo gigante.
María
Ragnar -
Tomamos decisiones, tanto si son correctas como si no. Cosas del libre albedrío.
Hay tres tipos de gente sobre esta bola de barro que da vueltas en el mar de estrellas.
Los que se dejan arrastrar, como tus alumnos, los que gruñimos y mordemos, como nosotros, y los que sencillamente no pueden más.
Gente que mira a través del velo de la realidad, y lo que ve le asusta tanto que se bloquea. Incluso lo olvidan. El pánico les atenaza y su cerebro se satura.
Esos son los que mueren jóvenes.
J, sensei, si te sirve de consuelo yo me hubiese derrumbado enmedio de esa clase.
Alberto A-P -